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Las pertenencias de Mairani Rubio Padilla de casi un año y medio de mudanzas de un albergue a otro en Tijuana caben en una mochila, un bolso de mano y un bolso de tela para el mercado.
En el trayecto de 30 minutos en carro desde el albergue de mujeres Libélula en el este de Tijuana hacia el punto de cruce peatonal en la frontera entre Estados Unidos y México conocido como El Chaparral, Rubio Padilla sostuvo a su hijo de 3 años de edad sobre sus piernas, cobijado apretadamente con su abrigo.
Por Qué Esto Importa
Durante casi tres años, el Título 42 ha bloqueado el acceso al asilo para migrantes en busca de protección en los Estados Unidos contra la violencia y la persecución en sus países de orígen. Mariani Rubio Padilla fué admitida en los Estados Unidos como una excepción, pero miles más aún esperan bajo condiciones difíciles y peligrosas en Tijuana.
Entre miles de migrantes, muchos con historias similares de huída y esperas de meses por cualquier noticia de lo que viene después, Rubio Padilla y su hijo Tadeo están entre los pocos migrantes a quienes se les abrió súbita pero brevemente una puerta angosta hacia los Estados Unidos.
Ella cruzó en diciembre como excepción al Título 42, una política de salud federal que la administración Trump empezó a usar en marzo de 2020 para prevenir, según los funcionarios, la propagación del COVID-19 al detener el flujo de inmigrantes hacia los Estados Unidos. Muchos la criticaron como una estrategia para prevenir la migración hacia el país.

Alrededor de 200 migrantes por día han sido admitidos a los Estados Unidos desde Tijuana como excepciones a la política bajo un acuerdo con autoridades de inmigración de los Estados Unidos, según Enrique Lucero, director de asuntos migratorios para la ciudad de Tijuana.
Cuando Rubio Padilla dejó su hogar en Michoacán en julio de 2021, se enfrentó a una decisión de vida o muerte, dijo: pagar una fuerte suma a los cárteles que manejan su pueblo o terminar muerta. Eligió escapar.
Ella espera que un futuro en los Estados Unidos pudiera traerle mejores condiciones a su hijo.
“Darle un futuro mejor a mi hijo. El (futuro) que, pues a lo mejor yo no pude tener. Dárselo a él, que sea cuando esté grande que diga, ‘Le voy a agradecer a mi mamá por darme los estudios, que sea alguien en la vida’”, dijo Rubio Padilla.

Ella se quedó en dos albergues de migrantes en Tijuana antes de terminar finalmente en Libélula, un albergue para mujeres que abrió en octubre.
Los 12 días que Rubio Padilla pasó en Libélula con su hijo transcurrieron lentamente. Durante un viernes de diciembre, ella y otras mujeres en el albergue hicieron pupusas, una labor que tomó la mayor parte de la tarde.

Cuando arribó por primera vez a Tijuana, estaba asustada de que los cárteles en su pueblo pudieran venir a buscarla. Ella dijo que casi no pasó tiempo afuera de los albergues en los que vivió por miedo a la violencia en Tijuana.
Rubio Padilla era una de los miles en la lista de migrantes en espera para entrar a los Estados Unidos como excepciones al Título 42. Esos migrantes viven repartidos en 30 albergues en Tijuana, donde esperan indefinidamente sin saber cuándo serán capaces de cruzar.
Finalmente, el 11 de diciembre, recibió las noticias que había estado esperando. La puerta hacia los Estados Unidos se estaba abriendo para Rubio Padilla y su hijo el lunes siguiente.

“¡Por fin! ¡Por fin!, ¡Me contestaron!” dijo ella.
“Más que nada uno sufre en los albergues, en cada albergue que va uno sufre. Y digo pues ya, ya voy a llegar a un lugar en donde esté mi niño, más que nada, más tranquilo”.
Ese lunes, el 12 de diciembre, tenía que estar en El Chaparral a las 6:30 a.m. con su hijo. Ella pasó el resto del día preparándose para dejar atrás su país de orígen y la ciudad en la que pasó muchos meses.
HISTORIAS RECIENTES
Para las 5:30 a.m. la mañana del lunes, su vida estaba empacada en una mochila, un bolso pequeño y un bolso de hombro de tela para el mercado. Su hijo, Tadeo, aún estaba dormido, vestido con un disfraz rojo y azul del hombre araña.
Tadeo se despertó a las 2 a.m. esa mañana emocionado por su trayecto. Siempre que Tadeo veía un avión pasar, Mairani comentó que él decía: “ya mami, ya nos vamos a subir (al avión)’.
“(Tadeo) estaba de ‘¡Ya mami!, ¡ya mami!, ¡ya nos vamos, ya levántate!’ Y al último se quedó dormidito, pero sí, se sentía él emocionado,” dijo Rubio Padilla.
La directora del albergue, Gloria Sánchez Arellanes, llegó poco tiempo después para llevar a Rubio Padilla y a Tadeo hacia El Chaparral. Con Tadeo aún dormido, Rubio Padilla trasladó sus pertenencias hacia el carro con su hijo descansando cuidadosamente sobre su hombro.
Sánchez Arellanes ha traído migrantes con permiso para cruzar a los Estados Unidos a El Chaparral en alrededor de 20 ocasiones, pero siempre es emotivo, dijo.
“Ese propósito que tienen ellos para cruzar y (para) ser parte de eso. La verdad es que, eso me llena de emoción”, dijo.

El cielo estaba justo empezando a iluminarse cuando arribaron al área de cruce. Una docena de familias o más ya estaban haciendo fila contra la pared que rodea el puerto de entrada, y más llegaron después de Rubio Padilla.
Poco después la fila de familias avanzó hacia el edificio que marcaba el límite entre los Estados Unidos y México.
Los migrantes esperanzados hablaban en tonos silenciosos, apenas perceptibles encima del sonido de las maletas rodando sobre el asfalto. Rubio Padilla sostuvo la mano de Tadeo durante todo el camino, mientras serpenteaban a lo largo del camino del puerto de entrada hacia los Estados Unidos.
Después de ser procesados por autoridades de inmigración de los Estados Unidos, Rubio Padilla y Tadeo se quedaron algunos días en un albergue de relevo en San Diego. Esos lugares típicamente albergan a migrantes documentados después de haber llegado al país y les buscan transporte con dirección a sus tutores.

En un lapso de algunos días, Rubio Padilla y su hijo dejaron el Aeropuerto Internacional de San Diego para reunirse con familiares en la parte medio oeste del país.
Zoë Meyers contribuyó a este reportaje.
Traducido por Daniel Montano.
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